Saturday, February 14, 2015

Cuando un profesor deja huella, lo aprendido se volverá a enseñar.

     Desde niños hemos sido analistas, inspectores, “clientes”, y en ocasiones  hasta supervisores de personas que tienen como trabajo evaluarnos, supervisarnos y enseñarnos lo indispensable para ser hombres y mujeres de bien. Estas personas son todos los  maestros que hemos tenido a lo largo de nuestra vida. Como alumnos somos capaces de opinar quién es un buen maestro, incluso cuando somos muy pequeños. Existen muchos tipos de profesores, están los favoritos, los rudos, los buena onda, los que dan miedo, los que consideras amigos, los que siempre mencionas en las reuniones, en fin son tantos los maestros que hemos tenido y tanta diversidad en su forma de ser y de enseñar que incluso es difícil recordar a todos. Algunos de ellos son valorados hasta que maduramos y  otros han sido parte de grandes decisiones de nuestra vida.

     Siempre fui un alumno callado, bien portado y de buenas notas. Los profesores nunca tuvieron problemas en identificarme puesto que, por lo general, un maestro identifica con mayor facilidad a los “latosos” y aquellos que sobresalen académicamente y por su buen comportamiento.  Al llegar a la universidad (Tec de Monterrey)  fue diferente,  mi promedio era bueno pero no sobresaliente y mi número de matrícula competía con mi nombre.  Algunos maestros poco hacían por conocer más a sus alumnos y mi conducta callada ya no era una ventaja.

     El día de mi graduación, una maestra canadiense que impartía la asignatura de inglés cuando estuve en 4° semestre me sorprendió. Se acercó a mí,  y con un español que aún faltaba pulir, me dijo unas palabras que significaron muchísimo para mí. Nunca he destacado en la materia de inglés, pero aquella profesora, que aparentaba ser fría y seria por su origen extranjero, me felicitó por valores que había observado en mí. No quiero repetir textualmente el mensaje pero si les quiero decir que fueron las mejores palabras que aquel día escuché.


     Ahora me encuentro en el papel de profesor, y trato de seguir los ejemplos que me dieron mis mejores maestros.   Me gusta conocer bien a mis alumnos, trato de no confundirlos, llamarlos por su nombre, hacerles ver que me doy cuenta el día que no asistieron a clases y  en las graduaciones  me gusta acercarme con aquellos que realmente merecen se felicitados.