Desde niños hemos sido analistas, inspectores, “clientes”, y
en ocasiones hasta supervisores de
personas que tienen como trabajo evaluarnos, supervisarnos y enseñarnos lo
indispensable para ser hombres y mujeres de bien. Estas personas son todos los maestros que hemos tenido a lo largo de
nuestra vida. Como alumnos somos capaces de opinar quién es un buen maestro, incluso
cuando somos muy pequeños. Existen muchos tipos de profesores, están los
favoritos, los rudos, los buena onda, los que dan miedo, los que consideras
amigos, los que siempre mencionas en las reuniones, en fin son tantos los
maestros que hemos tenido y tanta diversidad en su forma de ser y de enseñar
que incluso es difícil recordar a todos. Algunos de ellos son valorados hasta
que maduramos y otros han sido parte de
grandes decisiones de nuestra vida.
Siempre fui un alumno callado, bien portado y de buenas
notas. Los profesores nunca tuvieron problemas en identificarme puesto que, por
lo general, un maestro identifica con mayor facilidad a los “latosos” y aquellos
que sobresalen académicamente y por su buen comportamiento. Al llegar a la universidad (Tec de Monterrey) fue diferente, mi promedio era bueno pero no sobresaliente y mi
número de matrícula competía con mi nombre. Algunos maestros poco hacían por conocer más a
sus alumnos y mi conducta callada ya no era una ventaja.
El día de mi graduación, una maestra canadiense que impartía
la asignatura de inglés cuando estuve en 4° semestre me sorprendió. Se acercó a
mí, y con un español que aún faltaba
pulir, me dijo unas palabras que significaron muchísimo para mí. Nunca he
destacado en la materia de inglés, pero aquella profesora, que aparentaba ser
fría y seria por su origen extranjero, me felicitó por valores que había
observado en mí. No quiero repetir textualmente el mensaje pero si les quiero
decir que fueron las mejores palabras que aquel día escuché.
Ahora me encuentro en el papel de profesor, y trato de
seguir los ejemplos que me dieron mis mejores maestros. Me
gusta conocer bien a mis alumnos, trato de no confundirlos, llamarlos por su
nombre, hacerles ver que me doy cuenta el día que no asistieron a clases y en las graduaciones me gusta acercarme con aquellos que realmente merecen
se felicitados.
Hola Germán! Los profesores que nos marcan de por vida son ángeles del cielo que alientan nuestra alma y nuestro ser y nos afirman que nos estamos haciendo tan mal las cosas. Saludos!
ReplyDeleteCómo olvidar a todos esos profes que han pasado por nuestra formación Germán; a lo largo de nuestras vidas se hacen presentes y coincido contigo que de forma general a todos los recordamos, hasta los que en su tiempo no fueron "muy buenos". También creo que entendemos muchas cosas cuando maduramos y más cuando te toca estar en el lugar que ellos estuvieron... ¡qué miedo!...jajajaja.
ReplyDeleteMe gustó mucho tu reflexión.
Pilar Morales